Dame seis horas para talar un árbol y me pasaré las cuatro primeras afilando el hacha.

Abraham Lincoln

Desde que era un niño, siempre quise aprender idiomas. Mi madre era de Almuñécar, un pequeño pueblo de la Costa Tropical de Granada, ahora no tan pequeño, donde pasábamos las largas vacaciones de verano. En aquel tiempo, los pocos turistas extranjeros que visitaban el pueblo eran en su mayoría suecos. Rubios y rubias platino, colorados como un tomate al sol de Andalucía, frecuentaban los pocos chiringuitos disponibles, mezclándose con los turistas españoles, venidos en su mayoría de la ciudad de Granada. Algunos extranjeros hablaban un poco de español, ya que, al haber comprado una vivienda en las primeras urbanizaciones construidas en la costa, venían con frecuencia a disfrutar del sol, el pescaíto frito, el flamenco y, sobre todo, la sangría.

Yo quería saberlo todo sobre estos seres pálidos, de ojos azules como el mar, carentes de los complejos y los estrictos comportamientos sociales existentes en la época, el tristemente famoso “qué dirán”. El problema era el idioma. Hablaban muy raro, con unos sonidos que yo no había oído en mi vida, y eso que en la costa de Granada también se articulan algunos sonidos muy particulares, pero esos ya no eran desconocidos para un madrileño, hijo de andaluces, como yo.

Algunos años después, ya jovencito, tuve una experiencia que me convenció para siempre de que tenía que aprender idiomas, muchos y cuanto antes mejor. En aquel entonces el inglés no estaba todavía consagrado como la lengua franca que es en la actualidad. Unas vacaciones fui con mi hermano a Torremolinos, nos habían dicho que allí había más extranjeros que españoles. Así que, nos pusimos nuestras mejores galas, y nos fuimos a “descubrir y a fundar”. La frustración fue intolerable. Queríamos emular las hazañas de nuestro tío Paco, (el de la portada), que atendió personalmente a la mayoría de las suecas que visitaban su bien conocido bar en Almuñécar, “El Tablao”.

Una noche nos acicalamos esmeradamente, dispuestos a triunfar, y nos dirigimos a una de las discotecas más famosas de Torremolinos, al entrar, no podíamos creer lo que estábamos viendo. Cientos de chicas rubias se amontonaban en la barra y en la pista de baile. Muchas se giraron al ver entrar a dos chicos morenos como el carbón del sol de Andalucía, y algunas hasta nos saludaron. “Hello, bla bla bla”, decían con sus preciosas sonrisas, y eso fue todo lo que entendimos y fuimos capaces de decir, y así, acabó nuestro sueño. La desesperación fue creciendo hasta que decidimos darnos la media vuelta y escapar de aquel paraíso que nos enfrentaba a nuestras mayores frustraciones. Juré que iba a aprender idiomas, “costase lo que costase”. Al volver a Madrid, me apunté a una academia de idiomas, más tarde estudié en la universidad y cursé dos Masters como profesor de Inglés TESOL, y profesor de español ELE, y desde aquel momento inolvidable, no he parado de aprender, viajar, y conocer otras culturas.

Además de enseñar inglés y español, hablo alemán e italiano, mi mujer, de origen alemán, también habla cuatro idiomas y mis dos hijos han crecido trilingües. He viajado por todo el mundo por motivos profesionales y personales, he vivido en varios países, he conocido a mucha gente y he aprendido de sus diferentes culturas. Por eso me gusta enseñar idiomas, porque me encanta transmitir mis experiencias.

A lo largo de los años, he adquirido una amplia experiencia en el ámbito de la educación y la formación como profesor de español e inglés en colegios, centros de formación profesional, guarderías, escuelas primarias, universidades y escuelas de idiomas, así como profesor de inglés y español con fines específicos en diversos sectores, como el empresarial, el comercio exterior, las finanzas, la informática o el turismo.

Alguien dijo que aprender otro idioma no es solo aprender palabras diferentes para las mismas cosas, sino aprender una manera diferente de ver las cosas. Y eso es lo que yo quiero compartir, no solo el idioma, sino una forma diferente de ver el mundo.

Enseño idiomas creando un entorno de aprendizaje productivo y estimulante, centrado en el alumno, sugerente y agradable, que fomenta la confianza y anima a las personas a alcanzar su máximo potencial.

Mi estilo de enseñanza se basa en el sistema AEIOU. Captar la atención, mostrar empatía, fomentar el interés, mantener el orden y luego impartir la lección. Al captar su atención, aumentar su interés, mostrar empatía, estar disponible, ser accesible y servicial, y mantener el orden y un ambiente de colaboración en mis clases, puedo desempeñar con éxito las otras funciones docentes más técnicas de instructor, árbitro y examinador. Una negociación conjunta de los contenidos con los alumnos y profesores de otras asignaturas aumentará, sin duda, la atención del alumno y le mostrará mi empatía hacia sus intereses y objetivos; pero lo más importante es que le proporcionará un abanico ilimitado de contextos en los que aprender y los alumnos podrán practicar el idioma.